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La danza en los Misterios Dionisíacos

Actualizado: 4 ago 2023

En la antigua Grecia, la danza desempeñaba una función central a nivel cívico, artístico, pedagógico y ritual. Estaba presente en todos los "Misterios" de la época, término con el que se definían las religiones iniciáticas de carácter oculto, que permitían a los neófitos pasar del mundo profano al mundo sagrado. Entre los Misterios más importantes en los que la danza tenía un papel fundamental estaban los Misterios Dionisíacos, cultos dedicados a Dionisio.


Según el mito, el dios nació de Zeus y de una mujer mortal, Sémele. Cuando su madre murió antes de darlo a luz, Hermes lo cosió en el muslo de Zeus, donde pudo madurar hasta su nacimiento. El nombre Dionisio, de hecho, significa "nacido dos veces". Tras su nacimiento, Zeus lo confió a las ninfas del Monte Nisa, en Helicón, quienes lo criaron como a un hijo. Aquí, al alcanzar la edad adulta, descubrió la vid y su uso. Comenzó a peregrinar por todo el mundo para enseñar la viticultura, volviendo a las mujeres rebeldes y salvajes. Con un grupo frenético de Sátiros y Ménades llegó a Egipto, Siria y Frigia, región donde aprendió de la diosa Cibeles las danzas que se convirtieron en una componente fundamental de sus rituales. En Tebas, en Beocia, introdujo los Bacanales, fiestas en las que todo el pueblo, poseído por un delirio místico, recorría el campo lanzando gritos rituales. Después de que toda Beocia aceptara su culto, Dionisio logró establecer su dominio en todo el mundo, castigando con furia vengativa a cualquiera que intentara oponerse a la introducción de los rituales. Finalmente, su poder fue reconocido por todos, y el dios pudo ascender al Olimpo, donde también llevó a su madre, rescatada del reino del Inframundo.


Dios del vino, del éxtasis y de la embriaguez, Dionisio gozó de gran veneración en toda la Grecia arcaica y clásica. A los cultos en su honor participaba un fiel séquito de Ménades, literalmente "mujeres poseídas por el furor", también llamadas Bacantes. En las representaciones de la época, están coronadas de hiedra, roble o laurel y llevan en la mano el tirso, un alto bastón envuelto en hiedra o hojas de vid que representaba su emblema. La vestimenta ritual era la nébride (piel de ciervo), que tenía la doble función de proteger del frío y de identificarse con el mundo animal. Un elemento fundamental de los Misterios Dionisíacos era la oreibasia (literalmente "andar por los montes"), donde las Ménades, dominadas por una furiosa pasión, corrían por bosques y valles blandiendo los tirsos. La ceremonia concluía con una danza extática acompañada de una música de ritmo violento que favorecía el excitamiento a través del sonido de la flauta, el tambor y de instrumentos de percusión, como el tímpano, los címbalos y los crótalos, similares a las castañuelas. No se trataba de frenesí, o de un simple estado de embriaguez, sino de enthousiasmós: "la condición de tener al dios dentro de uno". Se creía, de hecho, que Dionisio podía realmente entrar en las Ménades, apoderándose de sus mentes y de sus cuerpos.


Paso fundamental de la danza, que se realizaba descalzo o con sandalias bajas, era una caminata rápida que al aumentar del fervor se convertía en una carrera. Parece que en un cierto momento las bailarinas saltaban sobre un solo pie, en lo que se denomina la Danza de las Grullas (o de las Perdices), presente en muchos otros ritos misteriosos relacionados con las divinidades subterráneas. El uso ritual de "cojear", o caminar con un solo pie, significaba haber tenido contacto con el Reino de los Muertos, y la misma iniciación a los Misterios Dionisíacos estaba marcada por la dramatización de la muerte y el renacimiento del novicio.


En realidad, la danza báquica estaba principalmente caracterizada por movimientos y flexiones de brazos, torso y cabeza, más que por los pasos. De hecho, en la mayoría de las representaciones, la cabeza se inclina o gira para mirar hacia atrás. Según Kerényi, la oscilación de la cabeza permite alcanzar una particular condición de suspensión, una especie de éxtasis, y sentir al mismo tiempo sensaciones de placer sexual. A este balanceo se acompañaba el acto de arrojar el cabello hacia atrás, manifestación de intenso entusiasmo.


Como humo de incienso de Siria.

Y Baco, llevando la llama roja

de la tea en su vara,

se lanza a la carrera

y con sus coros irrita a los viajeros

y los sacude con sus gritos,

suelta al viento su cabellera ornada.


Eurípides, Las Bacantes.


Las danzas se llevaban a cabo en los meses de invierno, de noche y en zonas montañosas, especialmente en el monte Parnaso, cerca de Delfos. Las mujeres que participaban venían de toda Grecia: no solo Delfos y sus alrededores, sino también Atenas y otros lugares remotos. La rigidez de la naturaleza y la posesión de las mujeres dionisíacas, una posesión que manifiesta la plenitud de una energía casi ilimitada, se encuentran y se complementan mutuamente. Es como si, aún más exaltadas y fuera de sí mismas por la dureza del pétreo mundo invernal, hubieran combinado en sí mismas al mismo tiempo el máximo movimiento y la máxima rigidez. En muchas representaciones artísticas, las poses adoptadas por las Ménades son angulosas, con el codo claramente doblado, indicando un movimiento rápido y decidido de los brazos, mientras que en otras, los brazos están rectos o ligeramente curvados.


Bailando vertiginosamente, como si estuvieran poseídas por una energía incontenible, las Ménades liberaban energías psicosomáticas extraídas de lo profundo, en un culto de la vida celebrado por el cuerpo. A través de la danza, manifestaban el fuerte deseo de afirmar su propia identidad e independencia de sus maridos: un signo primordial de emancipación, una postura frente a la sociedad. "Dejé las lanzaderas junto al telar y he llegado a mayor cosa, a cazar con mis manos", afirma Agave en Las Bacantes de Eurípides. Las mujeres, discriminadas en la vida social y política, dejan el hogar y el telar y se refugian en la montaña. Allí nadie las obliga a seguir las reglas de la familia, nadie las oprime. Regresan al estado de naturaleza: se visten con pieles de animales, cazan, bailan y olvidan a la familia. Celebran los misteriosos placeres de su condición lograda superando los estrechos límites de la existencia. Son libres, aunque estén poseídas: ese es el paradójico.


La danza les ofrecía la oportunidad de olvidar su propia condición, contribuyendo a la liberación física y mental del cansancio de la vida cotidiana, aunque fuera momentáneamente. Dioniso, de hecho, es un dios antimachista, defensor de lo femenino durante la imposición del Patriarcado sobre el Matriarcado. Su culto se presenta como un instrumento de revuelta, castigo y venganza contra el estado social masculino.

Así como las mujeres en la tragedia euripídea obtenían fuerza de su asociación con Dioniso, las Bacantes históricas también disfrutaban de privilegios dentro del culto. Además de participar en las danzas, la iniciación a los Misterios Dionisíacos les ofrecía la oportunidad de socializar con otras mujeres fuera de su vecindario inmediato y entrar en la esfera pública sin comprometer la respetabilidad que su aislamiento les proporcionaba.


La danza, la música, el trance son elementos primordiales de la experiencia de lo sagrado, que las religiones históricas luego casi completamente dejaron de lado y que, sin embargo, en la Grecia clásica estaban plenamente vigentes. Si por un lado el espíritu original de la danza, su valor sagrado y ritual, no se encuentra fácilmente en la contemporaneidad, por el otro la libertad de expresión del cuerpo en la danza actual es un logro y un regreso al pasado más distante. Isadora Duncan y, posteriormente, Doris Humphrey, identificarán en la calidad ondulada y continua del movimiento, característica dominante de la danza y del arte griego antiguo, la esencia del verdadero movimiento y del ser humano.


La danza une dioses y hombres

al mismo nivel del ser.

Karl Kerényi



Escrito por Bianca Pasquinelli.


Traducciones: Texto traducido al inglés por Alberto Rabachin y Bianca Pasquinelli, al español por Matteo Mascolo.


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